Eutanasia

Al calor del caso Schiavo, en menos de una semana he visto dos películas a favor de la eutanasia. Million dollar baby, de Clint Eastwood, tiene como tema principal el boxeo, pero los personajes centrales, cuando la estrella cae en desgracia, del cielo al infierno, optan por la muerte asistida. Mar adentro, de Alejandro Amenábar, en cambio, es un alegato sobre el derecho a morir de una persona con 28 años de postración definitiva. Aunque muy distintas, una gringa y otra española, son «historias» que tienen mucho en común. A diferencia de Terri Schiavo, no se trata de personajes en coma por muerte cerebral, sino que «gozan» de sus facultades mentales y, por decisión propia, claramente razonada, se proponen morir. Otra coincidencia notable, fundamental, es que lo consiguen al margen de una legalidad que no considera sus razones y les niega el último de sus derechos: perder con dignidad. Más que una batalla legal, lo que terminan ganando es la comprensión de quienes l@s aman. En la cinta de Eastwood, la defensa ética y moral de la eutanasia es implícita; en la de Amenábar es explícita y lleva el alegato, inclusive jurídico, hasta sus últimas consecuencias. En ambos casos, las manos que ayudan a «bien morir» están motivadas por el amor (si alguien amara en verdad a Terri Schiavo, en vez de prolongar por más tiempo su absurda agonía, le daría una inyección letal).

Javier Bardem, el actor principal de Mar adentro, personificó al escritor cubano Reinaldo Arenas en Antes que anochezca, de Julian Schnabel. Cuando el personaje es ya un enfermo terminal, recurre a la eutanasia, también al margen de cualquier procedimiento institucional.

George Wacala Bush firmaba sentencias de muerte como si fueran autógrafos cuando era gobernador y, ahora que destruye un país en donde más de cien mil personas han perdido la vida, se aflige por la muerte biológica de una mujer en estado vegetativo desde hace quince años.

Lo bueno es que los gringos siguen creyendo en el Óscar.

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