Stonehearst Asylum (Estados Unidos, 2014), de Brad Anderson, titulada en español Asylum: El experimento, es una versión libre del relato El sistema del Dr. Tarr y el profesor Fether, de Edgar Allan Poe, según el guión de Joe Gangemi, y una producción gringa con actores ingleses.
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En vísperas del año 1900, un siquiatra recién egresado de Óxford (Jim Sturgess) llega al manicomio de Stonehearst, en medio del bosque gélido, para obtener experiencia clínica; de entrada llama su atención que los internos y el personal del asilo convivan en términos de iguales, como familia, y que el director (Ben Kingsley) considere “medievales” ciertos métodos siquiátricos.
El joven protagonista es arrobado, también de entrada, por una mujer sensible y tímida que ni siquiera tolera los tocamientos (Kate Beckinsale), y una noche, llamado por el sonido proveniente de las calderas, descubre que todo el personal original del asilo, desde el “legítimo director” (Michael Caine) hasta las enfermeras y los guardias, están presos en las celdas del sótano, y su lugar es ocupado por algunos de los enfermos; al investigar la historia clínica de éstos, el recién llegado se entera poco a poco de la tiranía ejercida por el “legítimo director” antes de ser derrocado. El director espurio también es médico, pero está allí por haber asesinado a cinco lisiados de guerra para que dejaran de sufrir.
El protagonista comprueba que la situación, en general, mejoró bajo el régimen de los locos encabezados por un asesino, que abolió todos los métodos criminales de la siquiatría (sobre todo en esa época) y retiró inclusive los medicamentos, sustituyéndolos por terapias ocupacionales que sirven también para dar la falsa impresión de una relación laboral…
Aunque Brad Anderson nos había seducido una década antes con El maquinista (España, 2004), ese oscuro thriller de horror sicológico que ahora podemos considerar como cinta de culto, aquí desperdicia una trama fascinante, dándole un tono de romance truculento en un ambiente viciado y permitiéndose torpezas imperdonables. De la misteriosa oscuridad en el relato de Poe y su condimentación de cinismo queda muy poco en esta versión audiovisual. Con una magnífica fotografía, sobre todo en exteriores, las actuaciones jóvenes son débiles y mediocres.
En el momento más lamentable de la cinta, su protagonista finge ser el hijo muerto de una anciana ciega para convencerla de comer y, una vez que lo consigue, habla con la mujer que lo arroba, como si nadie los oyera; sigue dando cucharadas en la boca de la anciana, que al parecer desconectó los oídos y el cerebro para limitarse a comer; todo cuanto se dicen ellos alteraría la mente de la ciega que, a partir de ese momento (pretendidamente conmovedor), es también sorda. Muy estúpido todo, incluido el fondo musical de melodrama y un diálogo entre complaciente y sensiblero, casi chantajista.
En otro momento por el estilo, la mujer hipersensible y tímida quiere bailar con su pretendiente, abrazándose ambos… Esas licencias chapuceras y el retrato de un tamborilero manco, al que nomás le falta salir de la manga del protagonista (esto último quizá tenía una explicación que resultó pérdida cualitativa en una edición más preocupada por la duración del metraje que por su coherencia), parecen ejercicios de principiante.
Un epílogo largo que podría titularse «Y triunfó el amor» intenta ser un giro sorprendente sobre la verdadera identidad del protagonista, pero la narración por un personaje secundario y la debilidad exasperante de su tono diluyen el impacto.
Para mi gusto, lo único que merece una sonrisa de simpatía y agradecimiento es el personaje adolescente que se hace pasar por enfermera con un comportamiento bipolar: ninfómana desesperada que, en el otro extremo de su demencia, se quedó niña. A su relación de “casi hermanas” con la protagonista, sin embargo, le falta desarrollo, lo cual es casi tolerable.
Kate Beckinsale, con su torso de tallo germinal, siempre será preferible como Selene, la vampira que se rebela en la guerra secular contra los licántropos de la saga Inframundo, y Jim Sturgess, que aparenta menos edad de la que tiene, es cinco años más joven, diferencia que no pasa desapercibida y abona en segundo plano a la falta de convencimiento…
Por lo demás, hay grandes coincidencias entre Stonehearst Asylum y Shutter Island o La isla siniestra (Estados Unidos, 2010), de Martin Scorsese, basada en la novela homónima de Dennis Lehane. La premisa de un manicomio en el que se invierten los papeles (uno o más de los internos asumen autoridad médica o judicial, según el caso) en una atmósfera transitiva del suspenso al horror, con tintes de thriller sicológico y policiaco, es la principal coincidencia (aunque sea muy sutil, por razones obvias, en el segundo caso).
Ambas películas denuncian sin ambages el talante históricamente criminal de la siquiatría, desde sus métodos más brutales hasta sus verdaderos fines, sobre todo Shutter Island, en donde médicos nazis que practicaban y realizaban experimentos con prisioneros siguen haciendo de las suyas con enfermos mentales que también están presos. En la realidad, luego de la Segunda Guerra Mundial, científicos nazis y japoneses terminaron sus días en la más absoluta impunidad al amparo del gobierno gringo, que hasta los patrocinó, como vemos también en la novela de marras y su versión cinematográfica, indignante aberración que recrea dos años después la miniserie de televisión American Horror Story en su temporada Asylum (con un protagonista similar en casi todos los aspectos al médico nazi de Shutter Island).
Ben Kingsley interpreta en ambas películas al director del manicomio, así sea un usurpador en Stonehearst Asylum; en la primera lo hace tan convincentemente y con tanta elegancia que por eso fue contratado para la segunda, cabe suponer, pero al variar el papel no repite su éxito, porque además Anderson está muy lejos todavía de ser Scorsese.
En ambas películas hay una exploración del protagonista por las sórdidas mazmorras del complejo arquitectónico y un encuentro con las celdas clandestinas y sus ocupantes…
La mayor diferencia es que, aun cuando Stonehearst Asylum tiene un guión más interesante, misterioso y oscuro, la dirección del veterano neoyorquino y el trabajo de su equipo hacen muy superior a Shutter Island, porque además Leo DiCaprio es incomparablemente mejor que Sturgess y Beckinsale; también Mark Ruffalo (al menos en este caso), Michelle Williams en un papel secundario y desde luego Max von Sydow, que es una leyenda y un monstruo de la actuación en el cine universal (actor fetiche de Ingmar Bergman en la juventud de ambos).
Tampoco es la primera vez que Michael Caine asume el papel de siquiatra tiránico; lo había hecho en Quills (Estados Unidos, Alemania, Reino Unido, 2000), de Philip Kaufman, esa inquietante y perturbadora versión sobre los últimos días del marqués de Sade en un manicomio (cuyos laberínticos interiores fueron construidos para la ocasión, por cierto). Y 20 años antes, vimos al hoy vetusto actor inglés en un hospital siquiátrico como interno, asesino de mujeres, estrangulando a su enfermera para desnudarla, disfrazarse con su ropa y escapar, en Vestida para matar, de Brian De Palma (Estados Unidos, 1980), el más descarado homenaje del director a su referente paradigmático, un tal Alfred Hitchcock.
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Respecto a Stonehearst Asylum, por último, no hay nada más recomendable, como suele suceder, que abrevar de la fuente literaria.