El Óscar recupera credibilidad

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La excepción es Gravedad, película mínima, pero inflada al máximo

De las películas nominadas al Óscar este año, a diferencia del pasado, fueron premiadas las mejores: 12 años de esclavitud, de Steve McQueen, se alzó en la principal categoría, y me alegra. Ella, de Spike Jonze, y El club de los desahuciados, de Jean-Marc Vallée, son todavía mejores, pero la nueva cinta del director inglés, que también ganó en el rubro de guión adaptado (John Ridley), es más ambiciosa como producción por su ambientación de la época y un reparto de lujo, entre otras cosas. Jonze fue galardonado por su guión efectivamente original, hecho que también celebro y, lo confieso, me sorprende. Por El club de los desahuciados (en cambio, previsiblemente) fueron reconocidos Matthew McConaughey y Jared Leto, uno como actor protagónico y otro como actor de reparto, lo cual festejo, sobre todo en el segundo caso.

Cate Blanchett en Jazmín azul, de Woody Allen, desde luego, es la mejor actriz protagónica del año, al menos entre las nominadas, pero falta ver a Marion Cotillard en La inmigrante, de James Gray, y el aclamado trabajo de la pareja femenina en La vida de Adèle, de Abdellatif Kechiche. También Amy Adams hace un gran papel en Escándalo americano, de David O. Russell, pero yo la pondría en segundo lugar antes de Mia Wasikowska en Lazos perversos (Stoker), de Chan-Wook Park, injustamente ninguneada, tanto la película como su principal actriz.

Respecto al Óscar a Lupita Nyong’o como actriz de reparto en 12 años de esclavitud, tengo algunas reservas, pues Naomi Watts y Robin Wright hacen una mancuerna de gran calidad en Dos madres perfectas (Adore), de Anne Fontaine, que hay que valorar como trabajo conjunto, pero si Wright es actriz de reparto, según el esquema dizque académico, entonces es la mejor del año. Claro que ninguna de las dos fue nominada por tratarse de una película controversial: dos amigas cuarentonas que comparten a sus hijos veinteañeros en la cama es demasiado para las pudibundas conciencias y la hipocresía gringa. Por desgracia, no se hizo esperar la cargada que celebra el Óscar en este caso por tratarse de una mujer mexicana, estupidez mucho más abrumadora por el Óscar a Cuarón como «mejor director» por Gravedad, película que también ganó en las categorías de fotografía, efectos visuales, música original, edición, edición de sonido y mezcla de sonido (siete estatuillas que inflan una película menor). Personalmente, yo empezaría por cuestionar el hecho de que existan esas categorías.

El Óscar a La gran belleza (Italia), de Paolo Sorrentino, como mejor película en «lengua extranjera», me parece justo, aunque también estaba nominada La caza (Dinamarca), de Thomas Vinterberg, para mi gusto, una de las diez mejores cintas de 2012; por la fecha de su estreno en Estados Unidos fue nominada con un año de retraso, como sucederá con La inmigrante.

Ojalá hubiera ganado El gran maestro, de Wong Kar-wai, por encima de El gran Gatsby, de Baz Luhrmann, en los rubros respectivos: escenografía y vestuario.

Me alegra que los dos bodrios protagonizados por Tom Hanks fueran olvidados, acaso por una inexplicable corrección en la tendencia del Óscar patriotero, aunque las nominaciones supondrían entonces una reminiscencia.

Vuelvo a lamentar la omisión de las mencionadas Lazos perversos y Dos madres perfectas, tanto como El niño y el fugitivo (Mud), de Jeff Nichols, y Prisioneros, de Denis Villeneuve, entre otras, así sea porque La inmigrante no se estrenó a tiempo y porque alguien decidió que La vida de Adèle no era representativa de Francia para este premio; ¿ese alguien es representativo de Francia?

Por lo demás, en general, el llamado «máximo galardón», tan desprestigiado y desacreditado, recuperó algo de credibilidad este año.